“Los niños del Benín”

Un día llega un extranjero al
poblado, se le acoge, pasa unos días, estudia la situación, fijándose sobre
todo en las familias más numerosas con muchos hijos de corta edad. Más tarde
habla con el padre, o los padres, y les piden que les confíen algunos de sus
hijos para llevárselos con él a una finca donde aprenderán bien a trabajar,
comerán bien y, pocos meses después, regresarán con bastante dinero. A cambio, el padre recibe también una
cantidad de dinero como ayuda para la familia,
lo equivalente más o menos a 60 €. El niños o los niños se van, y tal vez
regresen unos tres años más tarde con una pequeña moto, no precisamente
importada desde Japón.
Esta primera es ahora una forma algo
peligrosa de comercio humano (según algunas informaciones, el número de niños
objeto de trafico anualmente sólo en Benín puede alcanzar la cifra de 40.000),
pues por fin existe algo de control policial. Lo más corriente es el
“reclutamiento” de niños o jóvenes por parte de algunos de ellos mismos. Los
traficantes compran con dinero a jóvenes veteranos quienes, al regreso a sus
pueblos, intentarán convencer a otros para que les acompañen al Dorado de
Nigeria. Estos últimos no deben decir nada a sus padres, y la “fuga” se realiza
por la noche.
En la granja los jóvenes y niños
trabajan de sol a sol siete días a la semana. No hay día de descanso. No comen
del todo mal, pues esclavo débil no es rentable. Nunca van al pueblo, y no
tiene ningún servicio médico cerca. Las picaduras de serpiente son frecuentes,
y si ésta es mortal, no hay remedio alguno. Así murieron este último año dos de
nuestros jóvenes “aventureros”. Y cuántos morirán de paludismo, fiebres
tifoideas, disentería, cólera, etc. Pasan al menos tres años viviendo de esa manera si
quieren obtener al menos una moto
“nigeriana”. Y lo curioso es que algunos
de ellos repiten. Claro, al regresar a sus casas, pronto se encuentran de nuevo
con la miseria, loca compañera que te empuja a hacer lo más increíble e
inimaginable.

Hace unos días, un joven catequista
de uno de nuestros pueblos me comentaba que estaba pensando ir a trabajar a
Nigeria. Yo le pregunté que si es que
tenía ganas de trabajar como esclavo. Me respondió: “Padre, aquí qué voy a
hacer. Soy joven (apenas 20 años) y quiero tener mi dinero propio. Aquí trabajo
en casa y no me dan nada, quiero casarme”. Puede que se vaya, lo pasará mucho
peor de lo que le han contado, pero vendrá un día con su nueva moto con la que
se paseará por todo el pueblo para que todo el mundo la vea bien y admiren su “proeza”.
Y luego, poco tiempo más tarde, como muchos otros, se verá obligado a vender la
moto, el dinero es necesario, hay que sembrar, hay que comer. Y volverá la
misma vida de antes, o incluso peor.
¿Cómo romper estas cadenas? No hay otro camino que el de la
solidaridad. No se puede seguir buscándose la vida solos. Bénoit, Jean, Albert
y otros así lo hicieron, y hoy son menos libres y más miserables que antes.
Trabajamos y esperamos para que llegue el día en que niños y jóvenes como
ellos, unan sus fuerzas y fundamenten sus vidas en la madre y hermana
solidaridad y canten juntos el canto de la libertad.