El bueno de Andrés

Andrés no es uno
de esos. Es un chaval a quien en la misión conocemos muy bien, pues su casa (?)
se encuentra justo enfrente de la nuestra. Prácticamente ha crecido entre
nosotros, aquí correteaba, jugaba, veía la tele, estudiaba, etc., pero nunca
molestaba. Era, como decimos por Asturias, muy buenín. Y no por que su ambiente
familiar le fuera favorable, ni mucho menos. El último de una larga familia,
con un padre cogido por el alcohol e incapaz de hacer absolutamente nada, sus
hermanos, ya fuera de casa, cada uno a su aire, y de sus hermanas, más vale no
hablar. La única que se desvive por sacar todo adelante, es la madre y no
precisamente de la mejor manera, sino fabricando, al estilo casero, bebida bien
alcoholizada, para goce y disfrute, no sólo de su propio marido, sino de un
grupo de locuelos que nos dan la tabarra todos los viernes.
Bueno, en la
familia hubo una excepción, uno de los hermanos. Este logró estudiar y se hizo
guarda forestal (cuerpo paramilitar aquí). No le conocí, pero parece que su
comportamiento era bastante normal. Y digo esto, por que muchos de ellos están
mezclados con la mafia que arrasa nuestros bosques, para beneficio sobre todo
de China, otro de los grandes depredadores de nuestro continente.
El hermano
forestal era la gran esperanza para que Andrés pudiera ir a la universidad y
así satisfacer su gran pasión, la técnica de la difusión televisiva. El mundo
de la técnica informática le atraía locamente, locura que sufrieron algunos de
mis móviles y hasta mi propio ordenador. Pero sucedió lo peor. Por causas que
aún no se conocen (pero que uno se puede imaginar), un día el bueno de su
hermano apareció brutalmente asesinado, y lo posible cambió de rostro, y la
realidad mostró de nuevo su lado más cruel.
Pero, Andrés no
se desanimó. A comienzos de septiembre último, estando yo aún por España, me
llamó por teléfono diciéndome que quería ir a la universidad, que había logrado
reunir un dinero entre sus familiares y que si yo le podía completar el resto.
Por mi parte, lo primero que hice fue recordarle que una cosa era la misión y
otra mi persona, que la primera tenía sus criterios y yo los míos personales, y
que, aún siendo los dos favorables, la
empresa no era nada fácil. Yo no sé si
guiado por un instinto especial que poseen algunos empobrecidos, por intuición
o por conocer nuestras debilidades, lo cierto es que Andrés también se tiró a
su Mediterráneo.
Y ahí está,
remando junto al Atlántico, en Cotonou. El primer año no está siendo nada fácil
para él. En medio de un clima humano que no le es familiar, obligado a cambiar
la habitación (?) de alquiler por ser cristiano, sin los medios técnicos que
sus estudios exigen, privado durante al menos dos semanas de escolaridad por no
haber pagado la tercera parte de la matrícula, por que la “vieja” – como él
cariñosamente la llama – tuvo que gastar el dinero que le había prometido, en
curar su propia enfermedad, renunciando a todas las vacaciones por el coste de
los viajes, y a pesar de todo, Andrés no se desanima.
Para terminar,
una pregunta: ¿Porqué los pobres, como Andrés, no se desaniman nunca?