miércoles, 30 de abril de 2014


Bueno, amigos, aquí estoy de nuevo, aunque con algo de retraso por el que os pido disculpas. Ya sabéis, los curas en cuaresma tenemos bastante que hacer, sobre todo aquí, obligados a patear nuestros muchos pueblos para celebrarla alegría del perdón en todas las comunidades. De esas celebraciones quisiera hablaros un poco. 

Los baatombu dicen con frecuencia que el ser humano es indigente, le falta algo, es imperfecto, y por eso muchas veces hace lo que no debiera, y que eso sólo lo arregla con el perdón (Suuru). Es verdad. Así que este tipo de acciones prenden bien.
En las celebraciones del perdón participan todos, también los no bautizados. Es bonito ver como se lavan las manos como signo de purificación.  En realidad lavamos el corazón, el interior, lo más hondo, donde radica nuestro mal. Hasta los niños pequeños lo hacen. Es un gesto tomado de la vida ordinaria. Normalmente, antes de comer, te ofrecen un recipiente con agua para que laves. Este lavarse las manos se ha convertido con el tiempo en algo  ritual, de manera que el verbo empleado (nia) no se parece nada al lavar cualquier otra cosa (tea). Y al final de la celebración, la suciedad que queda en el agua se tira fuera del templo, como un profundo deseo de alejarla de nuestras vidas.
Tras el lavatorio de las manos, nos postramos ante la cruz. Es en un crucificado, quien en solidaridad con todos los crucificados del mundo, "solidario" también con todo el mal de un  mundo que tanto daño provoca a los hermanos más débiles, condenándoles a morir de hambre y miseria, despojándoles  cruelmente de la tierra que el bien Dios les dio y hasta del fruto de su vientre, es en ese Crucificado donde encontramos el perdón liberador. Y finalmente, con agua pura, limpia, hacemos el signo que nos identifica con el verdadero Liberador del mundo, con el deseo de unirnos más estrechamente a su lucha.
Hoy estuve presidiendo y participando en una de esas celebraciones, en un pueblecito llamado Beeru. Allí se encuentra la más pequeña y pobre comunidad que tenems a nuestro cargo. Aparece en la foto que acompaña mi escrito. Le tengo mucho cariño, pues es una de las que empezaron conmigo. Nos llamaron, fuimos, hablamos y empezamos el camino. Al principio muchos, luego menos y ahora pocos. Así es en general nuestro trabajo. 
No es aún una comunidad de bautizados, sino de simpatizantes que quieren seguir el camino de Jesús. Coomo podéis ver, se compone de un joven, que hace de catequista, Musa, su mujer Baké, sus dos niños, Maari y sus tres niños, una señora ya mayor, Maamatu, muy fiel y muy buena, todos estos de etnia gando y lengua peulh, y dos mujeres, Gaani y Madelenu, las dos baatombu, de lengua baatonum. Estas dos últimas no fallan nunca, a pesar de que Gaani no oye prácticamente nada, pero nos hace felices con buen humor.
El templo donde nos juntamos a rezar es bastante mísero como construcción, hecho de puro barro y encima duramente atacado por las termitas. Supongo que las lluvias, ya cercanas, acabarán con él. Pero todo  allí tiene su encanto, y en este caso un encanto muy especial, algo increíblemente sublime. Uno se siente en él como en un Tabor, obligado al silencio y a la contemplación. Me admira la pobreza y sencillez del lugar. Los rostros, curtidos, enjutos y sufridos de nuestras queridas mujeres que te intruducen en otro mundo, lleno de gozo y dolor. Pero, al contemplar la gente que te rodea, olvidas por un momento su pobreza y miseria, cautivado por borbotones de pureza y franqueza. Es algo increíble. Sin duda Dios se hace presente en los pobres, y con ellos te sientes más cercano a El.
Termino hablando un poco de Musa, el catequista. Es admirable por su simpatía y sencillez, la fidelidad a su trabajo, su espíritu gratuito, y su resistencia al desánimo. En el mes de febrero tuvimos aquí en nuestra misión una sesión de formación de catequistas en lengua peulh (fulfulde), la lengua de Musa, durante tres semanas. Musa no faltó a la cita, como es su costumbre. En ese tiempo llegó a su pueblo un camión para recoger el algodón. El debería estar allí para cargarlo junto con los demás. Le llamaron y le dijeron que si no iba la quitarían cinco mil francos, algo más de 7 euros y medio, por cada viaje. El respondió que era más importante la formación que estaba recibiendo que el dinero. Fueron tres viajes y Musa perdió unos 23 euros, como la mitad de un salario mensual. No sé a vosotros, pero a mi me pareció algo admirable. En su pueblo había gente de sobra para cargar el camión, y él no era absolutamente necesario. Los que estamos aquí sabemos que fue penalizado únicamente por ser cristiano. Y él respondió: "Ya n taare", no hay problema, no pasa nada. ¡Hasta pronto!.



1 comentario:

  1. Hola Jandro:
    Muchas gracias por las noticias y la foto.
    Pienso que "suuru" (perdón) es lo que debemos pedir a Musa, Baké, Maari, Maamatu, Gaani, Madelenu... por tanto "nia" o "lavado de manos" que aquí practicamos irresponsablemente.
    Un abrazo.
    J.

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